Hace ya tiempo que escucho en los informativos de televisión que se alude como fuente de autoridad a unos expertos de los cuales no tenemos clara su existencia. Es común, por ejemplo, que cuando nos cuentan que “hay gente que se tira de los tejados de los hoteles para caer en la piscina”, nos adviertan a continuación que “los expertos aconsejan que no lo hagan”; o que nos digan que “los expertos aconsejan en verano beber mucha agua en lugar de cerveza”. Así, cada vez que veo una de estas noticias, no puedo evitar preguntarme: ¿Quiénes son esos expertos que nunca salen diciendo lo que se supone que recomiendan hacer?
Hace unos días, el profesor Broncano nos habló en una de sus muy instructivas clases sobre la aparición de los expertos como los nuevos sujetos epistémicos en los siglos XIX y XX. En el momento en el que se crean instituciones para realizar experimentos, la sociedad queda dividida entre aquellos que poseen un punto de vista privilegiado y los que no. Los especialistas son los que son capaces de ver lo que otros no y es a ellos a los que se les otorga la autoridad de identificar la verdad en las materias en las que son expertos. A partir de entonces, el conocimiento objetivo es el que tiene este, quedando el de la persona normal como pensamiento subjetivo (no del todo fiable).
Los informativos de prensa, radio y televisión comenzaron su existencia defendiendo la veracidad de las noticias que ofrecían utilizando la autoridad de algún experto. De este modo, al principio era necesario que el experto en cuestión respaldara la noticia o, si era en algún medio escrito, se le citara literalmente. En nuestros días, todo esto ha evolucionado hasta el punto en el que no es obligatorio mostrar a alguien vestido con bata blanca para que el espectador medio se crea lo que los presentadores de los informativos de televisión dicen que “aconsejan los expertos”. La autoridad ya no la tiene el que sabe de algo, sino el que lo cuenta (sea verdad o no). Por eso poco a poco estamos dejando de ver también en la publicidad gente disfrazada de experto que nos aconseja lavarnos los dientes o consumir algún producto. Ya no es necesario. El mero hecho de que se anuncie por televisión le concede para gran parte de la población la autoridad que necesita, hasta tal punto que cuando elegimos por ejemplo un dentista tendemos a pensar que es mejor el que vemos anunciado que el que no.
Y yo me pregunto, ¿hemos perdido no solo nuestra autoridad, sino además la capacidad de valorar la información que nos ofrecen y decidir por nosotros mismos si esta es correcta o adecuada para nuestros propósitos? ¿Nos han hecho creer que la subjetividad no tiene valor ante la autoridad de la que alardea la televisión? Me siento incapaz de responder a estas cuestiones, pero me asusta pensar que el individuo haya perdido gran parte de la autoridad que tenía sobre sí mismo. Mi consuelo es creer que aquellos que navegamos por internet tenemos acceso a tantas fuentes de autoridad que al final acabamos formando nuestro propio criterio. La subjetividad se reafirma a través internet, no dejemos que la anulen.